El teatro se ofrece en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres como refugio frente a la situación derivada de la pandemia del coronavirus. Un refugio en el que uno observa un mundo en orden o en desorden, pero a salvo de la realidad, aunque ese mundo sea el de la propia realidad. Unas fechas inéditas en septiembre y unas medidas preventivas para que el disfrute de los espectadores sea pleno marcan una trigésimo primera edición que mantiene intacta su potencia teatral. Las gentes del teatro vuelven con una constancia imaginativa a extraer lecciones de los clásicos, a verlos con ojos de hoy. O a ver el hoy con los ojos de ese pasado de ficción que hablaba en su tiempo de hechos, sucesos que recorren bajo diferentes ropajes la historia de la humanidad hasta el presente. El feminismo, las ‘fake news’ o ese concepto tan popular de la España vacía se manifiestan en algunos de los montajes de este año, en que Extremadura aporta siete de los quince espectáculos de la sección principal, La escena clásica. Y así se abre un festival de doce días ininterrumpidos de espectáculos, con el estreno de El carro de los cómicos de la legua, una evocación de los actores ambulantes. La presencia de Shakespeare como autor destaca en la edición del 2020, que presenta cuatro obras del dramaturgo inglés. Tito Andrónico, producción de Teatro del Noctámbulo, Ricardo III, que produce El Pavón Teatro Kamikaze, Romeo y Julieta en versión del Teatro Clásico de Sevilla y Hamlet, por la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura. Si Shakespeare es un mundo en sí mismo, la sociedad prebarroca española representa otro en mutación, del que el festival dará cuenta en renovadas versiones de dos obras del canon literario: La Celestina y Libro de Buen Amor, a cargo de los grupos extremeños La Escalera de Tijera y Guirigai, y otras dos de Jerónimo Bermúdez fundidas en Nise, la tragedia de Inés de Castro por Nao d’Amores dentro de su proyecto de rescate del legado teatral del Renacimiento. Una de las aportaciones más sugerentes del festival es la manera en que se da la vuelta a la tradición clásica con una escritura contemporánea. Es lo que hacen Ron Lalá y la Compañía Nacional de Teatro Clásico en Andanzas y entremeses de Juan Rana: reconstruyen la vida de uno de los actores más famosos del Siglo de Oro mediante escenas de textos clásicos. También prueba fortuna Alfredo Sanzol con La ternura, una obra actual pasada por el tamiz del Shakespeare de La tempestad o el Sueño de una Noche de Verano. Y del pasado, José Luis Esteban rescata espíritu y acciones del Quijote que trasvasa en Don quijote somos todos al presente del pueblo donde nació Alonso Quijano. Los talleres para niños inciden en la creación de máscaras y marionetas y se suman al espectáculo de títeres y los cuentacuentos que ha preparado el festival para ellos. La exposición de este año recoge una colección de vestidos que, a su modo, reflejan una especie de pugna entre el gusto francés y el español del siglo XVIII. Este conciso recuento pretende incitar de nuevo a buscar refugio (consuelo, dicha, alegría o evasión) o respuestas en el teatro clásico, como un modo de compromiso del espectador consigo mismo y su sociedad.